Había ilusión. Más allá de los galardones de Brasil, el plantel de la Roja tenía la secreta esperanza de conseguir un nuevo milagro en el estadio Ellis Park, el mismo recinto que vio como en 1995 el equipo de rugby de Sudáfrica derrotaba contra todo pronóstico a Nueva Zelanda en la final del Mundial de la especialidad.
Sabían que para repetir ese gran golpe tenían que jugar un partido perfecto, quitarle el balón al Scratch e intentar matar en una explosiva salida. Para eso preparó el DT nacional Marcelo Bielsa a sus jugadores y por eso dispuso un sistema táctico diferente, con cuatro hombres en el fondo, tres hombres de marca en el mediocampo y sus habituales tres delanteros, pero sin un enganche clásico.
Apuesta que parecía acertada cuando en la primera media hora de juego, pues Brasil seguía sin encontrar los espacios y limitándose a rematar de media distancia. Pero entonces cayó el primer error, esos que estaban prohibidos. Un tiro de esquina encontró a un solitario por Juan, quien con soberbio golpe de cabeza puso el primero de los tres tantos con que Brasil despertó al país entero de un sueño que los dirigidos por Bielsa habían fomentado con un gran rendimiento en las eliminatorias y en los dos primeros partidos del Mundial.
El tanto de Juan no sólo comenzó a terminar con la ilusión, también dejó en evidencia que la idea de Bielsa de controlar el balón tuvo un fallo garrafal. Sin un enganche era imposible que la Roja pudiera complicar a una zaga como la brasileña, perfectamente bien aceitada, una que para el DT Dunga es fundamental en sus equipos.
Tras la apertura de la cuenta Chile siguió intentando mantener el balón para ver si podían “pillar” al los brasileños, pero fueron los pentacampeones los que encontraron un espacio a los 37’ y Luis Fabiano puso el 2-0.
La historia estaba escrita. Una nueva frustración nacional, una nueva victoria brasileña, un número más para las estadísticas favorables a los brasileños.
Pero el rosarino quería más. Una vez más movió su banca en el entretiempo para intentar cambiar la cara del equipo. Dispuso el ingreso de Jorge Valdivia y Rodrigo Tello en desmedro de Pablo Contreras y un opaco Mark González, y el equipo mejoró.
El “Mago” comenzó a profundizar y Humberto Suazo empezó a aparecer, lo que sumado al ingreso posterior de Rodrigo Millar, le puso una dosis más de calma al equipo.
Comenzó a merecer Chile, pero un nuevo error terminó por sepultar cualquier atisbo de reacción nacional, cuando Robinho a los 59 puso el definitivo 3-0. El Mundial llegaba a su fin para la Roja.
Las ganas en los restantes minutos no fueron suficiente, tampoco los intentos de Valdivia. La suerte estaba cerrada. El pitazo final del inglés Howard Webb sólo permitió estallar la frustración nacional. El buen juego, el equipo alabado por el mundo se despedía de la cita, pero a diferencia de Mundiales anteriores lo hacían con la frente en alto. Una nueva derrota, pero esta vez, intentando, proponiendo y jugando.
Fue el fin del sueño, pero uno que la juventud de los jugadores de la Roja permite volver a soñar en cuatro años más cuando Brasil sea el anfitrión del Mundial.
Sabían que para repetir ese gran golpe tenían que jugar un partido perfecto, quitarle el balón al Scratch e intentar matar en una explosiva salida. Para eso preparó el DT nacional Marcelo Bielsa a sus jugadores y por eso dispuso un sistema táctico diferente, con cuatro hombres en el fondo, tres hombres de marca en el mediocampo y sus habituales tres delanteros, pero sin un enganche clásico.
Apuesta que parecía acertada cuando en la primera media hora de juego, pues Brasil seguía sin encontrar los espacios y limitándose a rematar de media distancia. Pero entonces cayó el primer error, esos que estaban prohibidos. Un tiro de esquina encontró a un solitario por Juan, quien con soberbio golpe de cabeza puso el primero de los tres tantos con que Brasil despertó al país entero de un sueño que los dirigidos por Bielsa habían fomentado con un gran rendimiento en las eliminatorias y en los dos primeros partidos del Mundial.
El tanto de Juan no sólo comenzó a terminar con la ilusión, también dejó en evidencia que la idea de Bielsa de controlar el balón tuvo un fallo garrafal. Sin un enganche era imposible que la Roja pudiera complicar a una zaga como la brasileña, perfectamente bien aceitada, una que para el DT Dunga es fundamental en sus equipos.
Tras la apertura de la cuenta Chile siguió intentando mantener el balón para ver si podían “pillar” al los brasileños, pero fueron los pentacampeones los que encontraron un espacio a los 37’ y Luis Fabiano puso el 2-0.
La historia estaba escrita. Una nueva frustración nacional, una nueva victoria brasileña, un número más para las estadísticas favorables a los brasileños.
Pero el rosarino quería más. Una vez más movió su banca en el entretiempo para intentar cambiar la cara del equipo. Dispuso el ingreso de Jorge Valdivia y Rodrigo Tello en desmedro de Pablo Contreras y un opaco Mark González, y el equipo mejoró.
El “Mago” comenzó a profundizar y Humberto Suazo empezó a aparecer, lo que sumado al ingreso posterior de Rodrigo Millar, le puso una dosis más de calma al equipo.
Comenzó a merecer Chile, pero un nuevo error terminó por sepultar cualquier atisbo de reacción nacional, cuando Robinho a los 59 puso el definitivo 3-0. El Mundial llegaba a su fin para la Roja.
Las ganas en los restantes minutos no fueron suficiente, tampoco los intentos de Valdivia. La suerte estaba cerrada. El pitazo final del inglés Howard Webb sólo permitió estallar la frustración nacional. El buen juego, el equipo alabado por el mundo se despedía de la cita, pero a diferencia de Mundiales anteriores lo hacían con la frente en alto. Una nueva derrota, pero esta vez, intentando, proponiendo y jugando.
Fue el fin del sueño, pero uno que la juventud de los jugadores de la Roja permite volver a soñar en cuatro años más cuando Brasil sea el anfitrión del Mundial.
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