El agua potable de Antofagasta es cara, amarillenta, sabe a salmuera y beberla sin hervirla es un verdadero atentado al paladar.
Basta con probarla para entender por qué los antofagastinos sienten tanta predilección por consumir agua purificada, producto por el cual muchas veces están dispuestos a estirar al máximo la capacidad de sus bolsillos.
Manía, capricho o costumbre, su comportamiento es el fiel reflejo de una desconfianza perfectamente justificada.
Hoy, muchos de los habitantes de la Perla del Norte viven las graves consecuencias de la elevada concentración de arsénico que tuvo el agua potable durante la década de los 60.
Varios tipos de cáncer, cálculos renales e incluso la presencia de manchas blancas en la piel son parte del abanico de patologías que progresivamente han ido socavando su salud.
De hecho, un estudio realizado el 2007 por académicos de la Universidad de Berkeley, de Estados Unidos, en colaboración con un equipo de investigadores de la Pontificia Universidad Católica de Chile, reveló, entre otras cosas, que la tasa de mortalidad por cáncer de vejiga es seis veces mayor en Antofagasta que en otras ciudades del país de condiciones sociodemográficas similares.
Si bien en la Superintendencia de Servicios Sanitarios (SISS) confirman que los actuales niveles de arsénico presentes en el agua de la ciudad cumplen a cabalidad con la normativa nacional e internacional en curso, la gente sigue apegada a sus miedos.
LND visitó la capital minera del país, paseó por algunos de sus barrios emblemáticos y conoció algunos matices de este viejo problema, que sigue latente.
Otro de los motivos por los cuales los antofagastinos se resisten a consumir el agua de la llave tiene que ver exclusivamente con la tarifa.
A nadie le agrada pagar mes a mes una cuenta que, por lo bajo, corta en los 20 mil pesos y puede llegar a bordear los 80 mil si el grupo familiar es grande.
Al ser consultado por el costo promedio de una cuenta mensual, el gerente de Clientes de Aguas Antofagasta, Salvador Silva Uribe, señala que una familia conformada por cuatro personas “consume alrededor de 17 metros cúbicos al mes, los que tienen un costo aproximado de 17 mil pesos”.
Sin embargo, la versión del ejecutivo contrasta radicalmente con las estimaciones consignadas en el último estudio sobre el costo de la vida en las ciudades chilenas efectuado el año pasado por el Centro de Investigaciones de Empresas y Negocios (CIEN) de la Universidad del Desarrollo.
Los cálculos realizados en el informe son elocuentes.
En la Perla del Norte, el precio estimado para los servicios sanitarios asciende a los 75 mil 250 pesos mensuales, doblando ampliamente el valor estimado para Santiago.
Basta con probarla para entender por qué los antofagastinos sienten tanta predilección por consumir agua purificada, producto por el cual muchas veces están dispuestos a estirar al máximo la capacidad de sus bolsillos.
Manía, capricho o costumbre, su comportamiento es el fiel reflejo de una desconfianza perfectamente justificada.
Hoy, muchos de los habitantes de la Perla del Norte viven las graves consecuencias de la elevada concentración de arsénico que tuvo el agua potable durante la década de los 60.
Varios tipos de cáncer, cálculos renales e incluso la presencia de manchas blancas en la piel son parte del abanico de patologías que progresivamente han ido socavando su salud.
De hecho, un estudio realizado el 2007 por académicos de la Universidad de Berkeley, de Estados Unidos, en colaboración con un equipo de investigadores de la Pontificia Universidad Católica de Chile, reveló, entre otras cosas, que la tasa de mortalidad por cáncer de vejiga es seis veces mayor en Antofagasta que en otras ciudades del país de condiciones sociodemográficas similares.
Si bien en la Superintendencia de Servicios Sanitarios (SISS) confirman que los actuales niveles de arsénico presentes en el agua de la ciudad cumplen a cabalidad con la normativa nacional e internacional en curso, la gente sigue apegada a sus miedos.
LND visitó la capital minera del país, paseó por algunos de sus barrios emblemáticos y conoció algunos matices de este viejo problema, que sigue latente.
Otro de los motivos por los cuales los antofagastinos se resisten a consumir el agua de la llave tiene que ver exclusivamente con la tarifa.
A nadie le agrada pagar mes a mes una cuenta que, por lo bajo, corta en los 20 mil pesos y puede llegar a bordear los 80 mil si el grupo familiar es grande.
Al ser consultado por el costo promedio de una cuenta mensual, el gerente de Clientes de Aguas Antofagasta, Salvador Silva Uribe, señala que una familia conformada por cuatro personas “consume alrededor de 17 metros cúbicos al mes, los que tienen un costo aproximado de 17 mil pesos”.
Sin embargo, la versión del ejecutivo contrasta radicalmente con las estimaciones consignadas en el último estudio sobre el costo de la vida en las ciudades chilenas efectuado el año pasado por el Centro de Investigaciones de Empresas y Negocios (CIEN) de la Universidad del Desarrollo.
Los cálculos realizados en el informe son elocuentes.
En la Perla del Norte, el precio estimado para los servicios sanitarios asciende a los 75 mil 250 pesos mensuales, doblando ampliamente el valor estimado para Santiago.
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